Síguenos en redes sociales:

Perfil

La Guardia Civil sospecha que Juan Torres es un peculiar asesino en serie

A pesar de los indicios, la investigación aún no ha podido probar ningún crimen cometido por Juan Torres Serra

La Guardia Civil sospecha que Juan Torres es un peculiar asesino en serieguillem bosch

Si te relacionas con Juan Torres Serra, de Can Rotavella, más conocido con el alias del Pirata, tienes probabilidades de desaparecer del mapa. O de acabar secuestrado a punta de fusil de pesca, con las manos atadas en hilo de pescar y encadenado a un pino en un bosque. Cuatro hombres desaparecidos a lo largo de dos décadas y decenas de casos no probados que apuntan a atracos en viviendas, robos de vehículos y armas y la muerte a tiros de dos perros de un vehículo sustraído se suman a la cuenta pendiente de este pirata de pueblo, de interior, que, en una de las frases más repetidas por los guardias civiles durante los años que se prolongó su búsqueda, «conoce la zona de Sant Mateu y Santa Agnès como los piratas la isla de la Tortuga».

En la cuenta ya saldada, encadenó, a finales de los 90, una condena por secuestro (técnicamente detención ilegal) y otra por robo que le llevaron a prisión por nueve años. Y el verbo encadenar es aquí un verbo de doble sentido, ya que sus dos víctimas, las dos vivas que pueden contar que sobrevivieron a su encuentro con el delincuente, fueron encadenadas, una a un árbol y la otra a una hamaca.

Buscar cadáveres

En cuanto a los desaparecidos, la Guardia Civil mantiene sospechas razonables, aun con la reserva de la presunción de inocencia, de que con cada desaparición estamos hablando de un crimen, que lo que hay que buscar son cadáveres. De hecho, es un cadáver lo que actualmente buscan los agentes en una finca cercana a Binissalem, en Mallorca, en la investigación que ha devuelto al famoso delincuente de finales de los 90 al primer plano de la actualidad de las islas.

Tenía que pasar. No son pocas las personas relacionadas con el caso que, a lo largo de los años, se han preguntado si volverían a saber del Pirata y en qué circunstancias. Para algunos de ellos, lo sorprendente no es su vinculación con un nuevo desaparecido, sino la osadía del delincuente que, creyéndose al parecer intocable, ha repetido, por tercera vez, el mismo patrón; Juan Torres Serra ha esgrimido ante los familiares del último desaparecido y ante la Guardia Civil, un documento firmado en el que el propietario de la casa explica que su nuevo ocupante tiene su permiso para residir allí durante unos años. Es el tercer escrito similar que consta en el historial de Rotavella. Son tres documentos ligados a tres de las cuatro desapariciones. Estaríamos así, aún a expensas de confirmar las sospechas, ante un peculiar asesino en serie, singular porque los móviles de sus crímenes resultan ser más prosaicos y menos complejos que aquellos que los criminales más populares de la historia suelen revelar. Juanito Rotavella es muy simple; si quiere algo, por ejemplo tu casa, hará lo que haga falta para quedársela. Y marca la diferencia, asimismo, ya que, si se trata de un asesino serial, no parece haber en él la pulsión de matar del estereotipo; el Pirata mataría, sencillamente y siguiendo las hipótesis del caso, a quien, en un momento dado, le molesta para conseguir lo que quiere. Sin escrúpulos. Un psicópata muy práctico.

La historia del Pirata podría empezar a contarse desde el eje del 23 de abril de 1998, el día en el que es localizado en una casa en un bosque de Santa Agnès, cuando se destapa la auténtica caja de los truenos y se forja, como suele decirse, la leyenda. El legal habitante de la vivienda es el alemán Thomas Egner, de 41 años, pero nadie lo ha visto desde finales de enero. El día de Sant Jordi, un vecino se acerca hasta allí y lo recibe un tipo poco amistoso que le cuenta que Thomas se ha marchado a Sudamérica y le ha dejado al cuidado de la casa. El vecino sabe que es mentira. Ha reconocido al individuo que están buscando y se encamina al cuartel de la Guardia Civil de Can Sifre para informar a los agentes. Es el día D. Una decena de guardias civiles sitia la casa, lanza gases lacrimógenos prestados por la Policía y logra sacar a Rotavella sin un rasguño, a pesar de que había dicho en algún bar de Sant Antoni que no lo cogerían vivo.

Es entonces cuando el Pirata enarbola como bandera, para intentar aligerar los cargos que puedan acumularse contra él, el documento firmado por Thomas Egner en el que asegura que le deja al cuidado de la casa. Una prueba pericial caligráfica determinará que la letra es del alemán, pero no las circunstancias en las que fue escrito el folio. Nadie cree al Pirata. Ni Thomas —ni el perro y los gatos con los que convivía— aparecerán jamás. Y hay más, porque en la casa también se ha encontrado el coche de un abogado de Santa Eulària, Antonio Ferrer Juan, de 72 años, desaparecido desde el 3 de diciembre. Ese día llamó a un sobrino para informarle de que se iba a Madrid, pero su nombre no aparecerá en las listas de pasajeros ni de barcos ni de aviones. En este caso no hay nota, pero sí una llamada. La intención es la misma.

Restos de ropa

Los vestigios de una hoguera llaman poderosamente la atención de los agentes. En ella hay restos de ropa del alemán, pero no encontrarán restos humanos, como se esperaba. Se inician entonces rastreos por el monte que no darán resultado alguno. Y pasa el tiempo, y mientras se celebran los dos juicios por los que Juan Torres Serra será condenado a cinco y cuatro años de prisión -por el secuestro y robo de un panadero y un electricista a los que conocía-, la memoria de los dos desaparecidos se diluye. El sospechoso niega cualquier relación con las desapariciones, una y otra vez, y cuando es trasladado a la cárcel de Palma, él mismo va quedando en el recuerdo. Allí es precisamente donde conoce a Francisco López, el tercer hombre que desaparecerá en esta historia y que entonces cumple una condena por tráfico de drogas. Tras su desaparición, dos supuestos agentes inmobiliarios, que cabe preguntarse quiénes eran y qué relación podían tener con el Pirata, aparecieron en escena con un escrito que pretendía probar que Francisco les había cedido su casa en Benimussa. Es el segundo documento similar de la historia. La última vez que vieron a Francisco López fue en Ibiza y con Juan Torres Serra, Juanito Rotavella. No se encontrará el cuerpo. No se juzgará al Pirata tampoco por esta desaparición.

Y, de pronto, llegamos al año 2020 y desaparece Antonio Llabrés. Y el Pirata de Sant Mateu, con 57 años, vuelve a aparecer en escena. Es un nuevo desaparecido, sí, pero también una nueva oportunidad para intentar acusar de un crimen a este pirata sin barco ni bandera, para encontrar sus cofres de huesos y evitar que haya una quinta ocasión. La pregunta ahora es si ha llegado la hora de saldar cuentas.

Pulsa para ver más contenido para ti