Opinión

Sentirse perdedora

En un mundo en el que parece que el éxito lo es todo, presentarse como un perdedor no es una visión muy atractiva. Así, según leo en una columna de opinión de este diario, le interpelaban a Helena Maleno: «¿Cómo sentirse siendo perdedora?»

Parece contradictorio, pero ya el Evangelio recoge que «si el grano de trigo no cae en tierra y muere no puede dar fruto» (Jn 12, 20-33). Sigue el evangelista afirmando: «El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna». Es una lógica poco entendida en el momento en el que vivimos. Donde todo apunta a una vida cada vez más individualista pensar en alguien que es capaz de dedicar tiempo a unos principios, a unos valores, a unos ideales, a no dejarse llevar por el pragmatismo sino por la fuerza interior que cada uno posee, no es lógico.

Así defino yo el amor. Tampoco es lógico. El que ama, se entrega. Cada uno a sus ideales, la vida, el respeto, los otros… pero dedicar el tiempo a aquello por lo que uno vive tiene mucho más valor que encerrarnos en nosotros mismos.

Aparentemente, esto puede parecer un fracaso, una pérdida. No has producido nada…. O sí, pero no se ve el efecto inmediato. Ahí esta la vida de Jesús, el gran perdedor al morir en la cruz, al entregar la vida por algo y por muchos que no fueron capaces de reconocer sus ideales. Pérdida, fracaso. Como el tiempo de una madre, de un padre, dedicados a su familia, a sus hijos… y con el tiempo uno ve sus frutos, o no. Pero el trabajo no ha sido en balde. La satisfacción de hacer las cosas bien. De ser coherente con unos principios. No dejarse arrastrar. Ser uno mismo, a pesar de que los otros no lo entiendan, no lo valoren.

La vida está llena de grandes perdedores que a fuerza de equivocarse han conseguido grandes éxitos, aunque ellos mismos no hayan visto el resultado. El esfuerzo siempre vale la pena. El fracaso es no arriesgar, no apostar por un estilo de vida diferente y dejarse arrastrar sin unos principios y sin unas metas. Para los demás, posiblemente un esfuerzo sin sentido. Para uno mismo, el valor de luchar por unos ideales que le hacen gustar aquí, ya, lo que nos queda por vivir.

Dar fruto no significa triunfar, significa ser feliz, haciendo lo que uno hace y hacer felices a los que están alrededor. Cuantas vidas «fracasadas» que nos han enseñado tanto nos rodean… como los ángeles.

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